Ruesta nace cómo un enclave militar en un territorio prácticamente despoblado. En el punto más alto del territorio próximo, donde aún hoy se levantan los testos del castillo, está documentada la existencia de una pequeña fortificación musulmana ya en el siglo X. En un principio, el castillo debió permanecer aislado de su función defensiva y de control de los pobladores dispersos de la comarca, sin asociarse a ninguna población civil; a lo sumo, pudieron existir en el inmediato entorno algunas casas para habitáculo de la guarnición o de algunos habitantes de la zona que buscaran cobijo en tiempos difíciles.
No existe, de todos modos, testimonio alguno de un poblado de este tipo, por lo que podemos suponer que el castillo de Ruesta permaneció aislado en su entorno, tanto durante la dominación musulmana como durante los tiempos que siguieron a la conquista navarra, llegando así hasta su incorporación, en 1055, al Reino de Aragón. Sólo la paz que trajo la consolidación del Reino bajo el mandato único de Sancho Ramírez, rey de Aragón y Pamplona, y el retroceso que por entonces comenzó a experimentar el Islam, permitieron la llegada de los primeros pobladores a estas tierras fronterizas.
A partir de determinado momento de finales del siglo XI o principios del XII, bajo el impulso del Camino de Santiago y de las expectativas comerciales que permitía adivinar la proximidad de Francia y de Navarra, alguno de los reyes ramirenses – seguramente Alfonso I el Batallador – decidió la fundación de una villa burguesa a pie del Camino y cobijada por la sombra del castillo; para atraer pobladores, se promulgó un fuero por el que se les otorgaba a quienes ahí acudieran las franquicias y los privilegios contenidos en el fuero de Jaca. Contaríamos, así, con una tierra de propiedad regia y unos pobladores libres, francos e ingenuos, con importantes exenciones fiscales y muy reducidas obligaciones militares; contaríamos igualmente, y en correspondencia necesaria, con un terreno previsto para acoger a estos hombres y estos privilegios perfectamente acotado y diferenciado; dotado, a ser posible, de unas determinadas cualidades topográficas, inmediatez al Camino, emplazamiento llano o, al menos, poco tortuoso, buena disposición natural para acoger una parcelación homogénea, posibilidades de asoleo… En definitiva, casi con seguridad, la zona más inmediata al Camino – tramo norte-sur de la calle del Centro – del Barrio Bajo, al sur de la iglesia de la Asunción y ocupando los dos lados de la calle del Centro, tramo edificado del camino que unía Artieda y Tiermas con Santiago de Compostela.
Se trata de una zona del plano de Ruesta homogénea, compacta y claramente estructurada: las calles y las construcciones que la definen componen un conjunto autónomo y ensimismado, prácticamente ajeno al resto del caserío; con una regularidad propia, el viario de esta parte de la villa contiene las dos únicas plazas existentes en Ruesta: una de ellas es la de la Iglesia, que debió de servir simultáneamente como mercado. La misma nomenclatura de las calles apoya está autosuficiencia inicial del Barrio Bajo; las dos calles que lo cruzan en dirección norte-sur y este-oeste, cruzándose más o menos en su. centro, se denominan calle del Centro, mientras la calle del Portal delimita su borde oriental.
La prioridad cronológica del Barrio Bajo viene también sustentada por el hecho de que en él se sitúe la única iglesia existente en Ruesta en la actualidad, careciendo el resto del núcleo .de edificación representativa alguna, si se exceptúa el castillo. La iglesia de la Asunción aparece citada por primera vez, como iglesia de Santa María, en marzo de 1125, cuando Alfonso el Batallador, con motivó de la donación de la iglesia de: Uncastillo, confirma las donaciones de Sancho Ramírez y Pedro I al monasterio de la Selva Mayor. Por ello, puede suponerse que el Barrio Bajo existiera ya en 1125, y, más aún, que hubiera sido fundado en tiempo de Sancho Ramírez.
En el mismo documento se hacía alusión a la existencia en Ruesta de una iglesia de San Pedro hoy desconocida, que bien pudo formar parte del castillo o situarse en el extremo meridional de la calle del Centro, simétrica con la iglesia de Santa María, dando lugar a un esquema de doble iglesia muy frecuente en las poblaciones camineras aragonesas y navarras.
Tras la muerte de Alfonso I, en 1134, el reino se partió en dos, y Aragón y Navarra comenzaron una larga etapa de enfrentamientos, con repercusiones reiteradas en forma de penetraciones pamplonesas en esta zona fronteriza de la provincia de Zaragoza. En los cinco primeros años que siguieron a la escisión, el paisaje urbano de la Canal y de la Valdonsella cambió radicalmente; las pequeñas indefensas poblaciones nacidas en las márgenes del Camino y de sus ramificaciones fueron destruidas en una nutrida serie de penetraciones navarras de castigo; en su lugar, el príncipe Ramón Berenguer y su hijo, Alfonso II, promovieron el traslado de la población a nuevas villas encumbradas en lo alto de las prominencias del terreno y mejor preparadas para la defensa. En estos años se modificó la ubicación de Berdún, de Artieda o de Mianos.
Las incursiones de castigo de la vecina Pamplona se hicieron más peligrosas en el siglo XIII, llegando las guerras fronterizas a su punto culminante durante el reinado aragonés de Pedro III el Grande, que, tras ser excomulgado por Roma, se las hubo de ver con una invasión conjunta de franceses y navarros dispuestos a acabar con el reino. A lo largo de este siglo XIII, la comarca experimentó un proceso de militarización urbana que tuvo como hitos las fundaciones de los enclaves defensivos de Salvatierra y Tiermas, y la fortificación de Ruesta, y la pretensión – fallida – de concentrar en estas tres poblaciones a todos los habitantes dispersos a lo largo de la frontera.
Ruesta, que ya contaba con un castillo bien conservado, se convirtió en enclave estratégico natural frente a las incursiones navarras; a partir de 1134 y, sobre todo, en el último cuarto del siglo XIII, la vieja condición burguesa de Ruesta dejó paso a una frecuentemente guerrera; el comercio se extinguió y la población de burgueses y artesanos dejó paso a una de agricultores y ganaderos preparados para la defensa. Finalmente, buena parte de la población dispersa de los alrededores debió trasladarse al casco ruestano. Como consecuencia de estas transformaciones, la ciudad se amuralló, creció y vio nacer un segundo núcleo habitado irregularmente trazado en torno al castillo, el Barrio Alto, rodeando los dos lados menos escabrosos del perímetro del castillo. El crecimiento de este Barrio Alto pudo verse muy favorecido por la reconstrucción del castillo, que debió emprenderse a partir de1283.
De este modo, la vieja estructura lineal de Ruesta se transforma en otra, en principio binuclear, con dos polos perfectamente definidos y separados por un terreno yermo intermedio. Los dos presentan trazados reticulares: el de arriba con la claridad de una aparente fundación ex novo, y el de abajo ya más confuso, puesto, que se debe al crecimiento, con cierta dosis de espontaneidad, del núcleo lineal originario. El núcleo llano – el barrio Bajo -, alberga toda la complejidad social y funcional propia de un centro urbano, mientras que el del castillo se limita a albergar la judería y las viviendas de familias vinculadas a la función militar. Sabemos que los judíos del castillo contaban con un albergue, con horno, el único horno de Ruesta. Es lógico, pues, que naciera alrededor del castillo un segundo polo de crecimiento de la ciudad, alejado del Barrio Bajo, y con una tendencia de desarrollo convergente.
En el Barrio Alto, el caserío ya no se dispone según un trazado abierto, sino que consta de unas construcciones agrupadas donde las que definen los límites exteriores se cierran por sí mismas: es, pues, un trazado que ya desde el principio asume una situación de conflicto. El tipo de vivienda, tampoco es el mismo que el del Barrio Bajo; ahora encontramos una alta proporción de construcciones de almacenaje y no domésticas, junto a unas parcelas de menores dimensiones y, sobre todo, de muy inferior profundidad. No se trata, pues, de parcelas pensadas para albergar la conocida casa gótica de las fundaciones burguesas, y, menos aún, la casa compacta característica de las poblaciones agropecuarias del norte; lejos de ello, las reducidas dimensiones permiten albergar casi exclusivamente la vivienda o algún uso especializado. Pudo el Barrio Alto tener su origen en un asentamiento organizado – regular – de tipo castrense, y pudo verse favorecido en su crecimiento por el hecho de que la Corona hubiera establecido la judería ruestana en el castillo, que albergaba las viviendas hebreas a cambio de la obligación del mantenimiento, constante de la fortaleza.
Como otras ciudades mercantiles, Ruesta tuvo desde época temprana una población judía. No sabemos cuándo pudieron establecerse las primeras familias judías en Ruesta, sólo que en 1271 estaban ya allí. Ruesta no es como Ejea, una ciudad con una vieja historia y preexistencias multirraciales, no existía como población en época de dominio musulmán y nació al calor de las peregrinaciones jacobeas. Por tanto, es más que posible que sus habitantes hebreos llegaran atraídos por el comercio, o fueran instalados ahí por algún rey aragonés que pretendió así reforzar la actividad mercantil de la población. Esta política de repoblaciones judías fue especialmente importante, precisamente, en la segunda mitad del siglo XIII, durante los reinados de Jaime I y Pedro III puede, pues, suponerse – con todas las reservas oportunas – que la población hebrea pudo haberse asentado en Ruesta a mediados del siglo XIII, cuando la afluencia de francos y el mismo Camino estaban ya en claro declive.
Tampoco se sabe cuándo la Corona otorgó a los judíos el derecho a ocupar el recinto del castillo a cambio de conservarlo (algo que también ocurrió en Ejea y en Borja), aunque existe constancia documental de que en 1249 se seguían ocupando de su cuidado y de la explotación del único horno que había en Ruesta, de propiedad real, con cuyas rentas sufragaban la manutención de la fortaleza; es sabido también que la aljama ruestana se encargaba de la panadería del Hospital. Parece que, en 1283, fueron expulsados del castillo y que volvieron a él en el año 1300.
A pesar de que las relaciones de pago de la aljama señalan que no era, ni mucho menos, una colonia numerosa, llegaron a dar nombre a dos barrios próximos al castillo en que vivían: la Casa de los Judíos – al lado del castillo – y El Barrio de los Judíos – al suroeste del Barrio Bajo, junto al Camino – fueron nombres que pervivieron hasta el abandono del pueblo. También es posible que la zona conocida aún en el siglo XX como Las Botigas hiciera alusión a unos talleres y comercios regentados por judíos y construidos en el borde del camino que unía éstos dos barrios, coincidente con la actual calle Alegre.
La aparición del factor militar como dominante no supuso en Ruesta, diferencia de lo acaecido en Berdún o en Artieda, la desaparición del burgo jacobeo: contando con un importante castillo desde hacía siglos, el asedio o el mismo paso por la villa parece que fue evitado sistemáticamente por las primeras incursiones navarras – desde 1134 hasta 1283, meras correrías de castigo -, que preferían adentrarse por la más indefensa ruta de la Valdonsella; su caserío bajo, en consecuencia no debió sufrir daños importantes antes del gran esfuerzo fortificador de Pedro III, de modo que pudo subsistir hasta que fue dotado de un amurallamiento autónomo, lo que pudo ocurrir en 1283, cuando Pedro III eligió a Ruesta, Tiermas y Salvatierra .como plazas fuertes desde las que resistir la temida invasión franconavarra, ordenando importantes obras de fortificación, que se ampliaron en 1285 y que parece que se habían concluido en 1286. Era el momento en que los antiguos pillajes navarros habían dejado paso a una intención real de invasión y conquista, con intervención de ejércitos extranjeros y embestidas bélicas de importancia; fue entonces cuando Ruesta pasó a constituir una verdadera plaza fuerte con vocación de defensa territorial.
Así, la época que se inicia en 1134 sólo se tradujo en Ruesta en una inversión del proceso de crecimiento – hacia arriba, en lugar de hacia abajo -, en una serie de obras de fortificación y en la formación o renovación de un burgo alto inmediato al castillo, que también fue reconstruido a partir de los años finales de siglo XIII.
Las estrechas franjas de parcelas, de gran longitud y casi sin aperturas que rodean hoy el Barrio Bajo, apuntan a la existencia de unas murallas propias ratificada por la sabida existencia de portales junto a la iglesia y en el centro del flanco oriental; a estas murallas quedó incorporada la iglesia, a la que, en algún momento tal vez del siglo XIII, se dotó de un campanario almenado, con letrinas y troneras. Y aún debió existir, al menos, otro torreón en el extremo occidental, simétrico con el de la iglesia, cuyos restos decapitados aparecen hoy convertidos en gallinero.
La construcción de esta muralla implicó una modificación sustancial en las tendencias de crecimiento del Barrio Bajo, sustituyendo su lógica lineal originaria de agregación de manzanas a lo largo de calles paralelas, por otra que imponía la colmatación del espacio intramuros y las tensiones provocadas por los nuevos portales. Algo parecido a lo que pudo haber ocurrido en Sádaba o en la navarra Sangüesa, con cuyo parcelario presenta notables similitudes. Por entonces, la intención mercantil que había presidido el nacimiento del burgo ya no tenía sentido y, seguramente, no existía tan siquiera el resto de una población burguesa; las propiedades basadas en la parcela originaria debían empezar a resultar demasiado reducidas, y comenzarían a producirse reagrupaciones capaces de contener las casas compactas de una nueva población dedicada a la actividad primaria y necesitada de espacios intramuros donde acoger una serie de funciones hasta entonces relegadas al campo.
Entre ambos núcleos quedó un amplio espacio yermo, abrupto y elevado, poco apto para la edificación; una parte de esta zona parece que fue cercada, sin duda con el fin de albergar ganados y hombres de los alrededores en caso de peligro y, al mismo tiempo, de dificultar el asedio del Barrio Bajo. Así, Ruesta, como veremos sucedió también en la vecina Tiermas, acaba cómo defensa de escala territorial, de modo parecido al papel desempeñado por las ciudades contemporáneas de la extremadura, como Daroca, Albarracín o Calatayud.
Con el tiempo, este terreno cercado se iría consolidando para dar albergue al crecimiento de Ruesta. En el siglo XVI, pacificada la zona y aprovechando la prosperidad económica general, comienza a formarse lo que con el tiempo se convertirá en el nuevo eje vertebrador fundamental de Ruesta: la calle Mayor, nacida de la edificación a los lados del camino que, a través del yermo intermedio entre los barrios Bajo y Alto, unía la plaza de la Iglesia – entrada principal del pueblo – con el castillo; fueron apareciendo en él construcciones de cierta magnitud, como el Ayuntamiento o algunas casas blasonadas, que lo convirtieron en el principal espacio urbano representativo de Ruesta, legible como una extensión del nivel jerárquico superior que en la ciudad constituía la plaza, con la iglesia de Santa María y sus tres casas señoriales tardogóticas.
Este proceso de edificación continuaría lentamente en los siglos XVII y XVIII, y, seguramente, sería con el mayor incremento demográfico del XIX cuando terminó de consolidarse e incluso densificarse en todo lo posible. Encontramos finalmente en esta zona central de Ruesta una estructura urbana enormemente congestionada, con pocas e irregulares calles que proceden inequívocamente de viejos caminos; una estructura espontánea netamente diferenciada de las muy claras y geometrizadas que dominan en los extremos. Se dibuja, definitivamente, el plano de una ciudad densamente edificada, ya no binuclear pero aún bipolar, por la presencia en extremos opuestos del castillo y la iglesia. Este último proceso de colmatación por la edificación del casco ruestano, como se ha dicho, debió de tener lugar a lo largo de la primera mitad del siglo XIX, cuando, de acuerdo con los datos censales conocidos, el número de familias residentes aumentó casi hasta duplicarse en un incremento muy superior al de la mayoría de las poblaciones de la comarca, lo que acercó Ruesta a las dos cabeceras tradicionales: Berdún y Salvatierra:
(1) Censo de 1496. (2) Viaje de Labaña. (3) Censo de 1646. (4) Censo de 1713.
(5) Censo de 1797. (6) Datos de Madoz. (7) Nomenclátor de los pueblos de España.
Localidad Fuegos 1495 (1) Fuegos 1610 (2) Fuegos 1646 (3) Vecinos 1713 (4) Vecinos 1797 (5) 1845-1850 (6) 1857 (7) Habitantes
Vecinos Almas
Berdún 76 145 84 110 131 122 690 904
Salvatierra 69 1.130 76 124 140 154 733 1.174
Ruesta 38 60 51 56 54 106 504 779
Sigüés 33 40 26 27 36 70 338 532
Escó 25 30 34 25 48 36 172 317
Undués 24 40 50 49 70 98 464 710
Mianos 23 40 30 25 23 44 213 301
Artieda 21 40 37 22 33 44 212 312
Pintano 23 150 47 63 87 69 322 423
Tiermas 20 25 31 30 46 84 375 782
Isuerre 15 — 36 23 39 44 212 380
Urriés 13 — 52 47 55 83 373
Navardún 7 30 18 29 29 35 168 275
Lorbés 11 — 19 16 36 34 159 239
Asso Veral 4 16 3 9 16 18 87 217
Desde mediados del siglo XIX, Ruesta ya no experimentaría un crecimiento demográfico significativo hasta el momento de su abandono, ni tampoco crecimientos urbanos relevantes: todo lo más, un aumento de las edificaciones extramuros, al norte de la carretera y al este de la calle del Portal.
Ya en el siglo XX, las transformaciones más relevantes hasta el abandono se produjeron en torno a los años treinta. Al lado de la iglesia, donde antes estuvo el cementerio, se construyeron el frontón y el horno; más al sur, en la calle del Portal, se edificó una nueva escuela con las obras del frontón desaparecieron las últimas huellas de la antigua entrada medieval, cubierta por un arco que unía el palacio de Lacadena con el muro del cementerio. En cambio, la aparición de la nueva escuela permitió realizar una última remodelación de la Casa Consistorial, en cuya segunda planta se impartían las clases hasta ese momento.
Estos cambios no afectaron sustancialmente a la trama urbana. Ruesta se sigue articulando a partir de las calles del Centro y Mayor. Ambas nacen en la plaza de la Iglesia, frente a la entrada más importante de la población. Alrededor de la primera, tramo del antiguo Camino de Santiago con una directriz fundamental norte-sur, se desarrolla el Barrio Bajo, que aún mantiene una cierta autonomía morfológica en el conjunto. La calle Mayor, auténtica espina dorsal de Ruesta, muere en el castillo y es la vía que comunica entre sí el conjunto del caserío.